¿Cambia el cerebro de las mujeres al ser madres?

Que las madres cambiamos con nuestra maternidad es algo evidente y, por suerte, necesario para cubrir nuestro nuevo rol. Pero, ¿cómo se traduce esto a nivel cerebral?
Sí, nuestro cerebro cambia y cambia por y para algo.

 

Durante los primeros meses después del parto, existe en la madre un aumento del volumen de sustancia gris en el córtex  prefrontal superior, medial e inferior, en el lóbulo parietal superior e inferior y en áreas subcorticales como el hipotálamo, la sustancia negra y la amígdala. Y esto ¿qué significa? Pues que el cerebro de la madre se modifica para poder reconocer olfativamente a su bebé, para procesar emocionalmente el llanto de su hijo, procesar sus caricias y reforzar las respuestas positivas de la madre hacia los estímulos infantiles; en definitiva, para que la madre quiera estar de un modo cercano y amoroso con su bebé.

El llanto infantil durante las primeras 4 semanas de vida del bebé activa la amígdala, haciendo que la madre reaccione a ese llanto en un estado de «alarma», con cierta ansiedad. En cambio, posteriormente, entre la semana 12 y 16 de vida del bebé, ante el llanto de su hijo se activan principalmente en la madre el hipocampo y el córtex, por lo que ésta reacciona a ese llanto de una manera menos alarmante, ya que ha aprendido sobre los diferentes llantos de su bebé y su respuesta a los estímulos ambientales.
Estos cambios no se producen en madres con dificultad para modular y sostener los cuidados hacia sus hijos (por ejemplo, madres que desgraciadamente sufren depresión posparto o madres con negligentes cuidados hacia su bebé).

Por otro lado, la hormona oxitocina, la llamada hormona del amor, está relacionada también con muchos comportamientos maternofiliales. Esta hormona aumenta la motivación para interactuar con el bebé, ayudando así a que la madre responda a las necesidades de su hijo. Los niveles de oxitocina aumentan, entre otros, con el paso del bebé por el canal de parto, traduciéndose esto en un incremento de la sensación de cariño al bebé y una disminución de la sensación de estrés.
De este modo, se ha comprobado como las madres que han dado a luz mediante cesárea presentan menores niveles de oxitocina, mostrándose menos sensibles y responsivas a las demandas de sus bebés.

 

Hoy en día parece que lo adecuado es despegarnos lo antes posible de nuestros bebés: reincorporarnos al trabajo en cuanto se pueda, que duerman solos en su habitación, dejarles llorar… y todo esto tras un parto en el que me entere de lo menos posible. Seguimos con nuestra vida como si nada hubiese pasado, cuando se producen los cambios más grandes que vamos a sufrir como madres, tanto física como psicológicamente.

Si nuestros cuerpos están preparados para parir, si las hormonas implicadas en la maternidad afloran con un parto vaginal, ¿por qué hay mujeres que no dan opción a sus cuerpos a actuar como están determinados para hacerlo? Desde luego que existen situaciones en las que las cesáreas son necesarias (y bienvenidas sean), pero ¿por qué saltarnos pasos dejando por el camino muchísimos factores que van a determinar la vinculación con nuestros bebés?

Especialmente grave me parece el desapego que nos quieren imponer algunos métodos (como el de Estivill), haciéndonos creer que separarnos de nuestros bebés es lo razonable. Como hemos observado, nuestro cerebro se modifica para que ser más receptivas hacia nuestros bebés (una reciente investigación así lo corrobora), para atender su llanto a fin de evitar situaciones peligrosas, para sentir ese amor materno-filial tan natural. ¿Por qué quieren que vayamos contra natura?

Como madres vivimos muy preocupadas en si vamos a saber «hacerlo bien» cuando nuestro propio cuerpo ya está programado para ello. Quizá nos falte solo una cosa: saber escucharnos, saber confiar en nuestro instinto, en nuestra intuición de madres.

Desgraciadamente, ya trabajan desde fuera para que no sepamos escucharnos, para que hagamos lo que debemos hacer y no lo que sentimos que tenemos que hacer. Porque si todas las madres estaríamos tan volcadas en nuestros bebés como nuestra naturaleza nos pide, si recuperásemos esa tribu que tan necesaria para ayudarnos en esta tarea, si escuchásemos a esa voz interna que nos dice que dejarle llorar no es lo mejor, si les cogiésemos en brazos más porque algo en nosotras nos dice que eso no es tan malo como lo pintan, si decidiésemos cuidar más tiempo de nuestros bebés en lugar de dejarlos en manos de desconocidos en una guardería porque debemos reincorporarnos al mundo laboral… Si todo eso se llevase a cabo, la sociedad debería reestructurarse y puede que aquellos hombres que están en el poder tendrían que tomar decisiones que quizá no les gustaría para sus acomodadas vidas. Y total, ¿para qué? Tan solo para tener madres naturales, sin remordimientos ni sensación de incapacidad, así como hij@s con unas relaciones de apego mucho más sanas para su estabilidad emocional.
Pero ¿a quién le interesa eso?

 

 

Los datos brindados en este post están extraídos del siguiente artículo:
Escolano-Pérez, E. (2013). El cerebro materno y sus implicaciones en el desarrollo humano. Revista De Neurología, 56(2), 101-108.